Etica & Politica / Ethics & Politics, 2003, 2

http://www.units.it/etica/2003_2/2_varia.html

 

 

 

Tradición, Historia y Cultura

 

Rigoberto Pupo Pupo

 

Universidad de La Habana

Departemento de Filosofía

 

 

Abstract

 

Tradition, History, and Culture

 

In this essay the author analyses the relationship between tradition, history and culture in its several interactions. He shows how history has set the most significant moments of  mankind’s course and society, and how, once framed within the cultural ambit, these fundamental moments become traditions, in such a way as to express their identity and to ensure their development and continuity.

 

 

1. Introducción.

 

El tema de la tradición es recurrente en todas las ciencias y en la filosofía. La búsqueda de los orígenes, de antecedentes, en fin de la historia, es una necesidad inmanente de la naturaleza cultural del hombre y a la sociedad en general. Es una vocación universalizada. Es que para saber qué somos, qué seremos, la mediación que fuimos, de dónde venimos siempre aparece como duende merodeante. La búsqueda dialógica pasado-presente-futuro es constitutiva de todo quehacer humano.

¿Será que el presente reproduce en síntesis, o de modo compendiado el pasado? ¿Es qué el presente sólo puede preludiar el futuro, lo por venir, indagando en el pasado histórico?

¿Tiene razón Nicolás Heredia cuando afirma que los pueblos sin tradición, “son (...) colectividades anónimas de la Historia”?,(1) Incluso varios pensadores han expresado que el que no tiene tradición está obligado a inventarla o a reconstruirla para poder vivir.

En torno a esto se puede estar de acuerdo, discrepar, disentir. Pero la vida misma muestra todos los días que el devenir humano es un perenne miraje histórico de la cultura que nos hace hombre, persona humana. Un constante diálogo entre el presente y el pasado para acceder al futuro.

Por supuesto, no se identifica el pasado, el saber histórico con la tradición. No todo pasado histórico- sea en sentido positivo o negativo – deviene tradición. Puede ser pasajero, efímero, o pasar inadvertido. La tradición es un pasado con raíces, que se inserta en la cultura, logra consenso y se legitima en la conciencia y la praxis humanas. Por eso adquiere sentido de continuidad y autenticidad reconocida. Además como todo proceso histórico adviene y deviene en tiempo y espacio. Es un fenómeno histórico – cultural sujeto a los cambios y alteraciones de la praxis social. Metafóricamente expresado, la tradición es un árbol con raíces fuertes que requiere cultivarse , expuesto a fenecer cuando pierde su razón de ser. En los tiempos de crisis existenciales y sociales puede desaparecer o aparecer un movimiento renovador de rescate. Pero si no constituye cuerpo y alma de la cultura y con ello, autoconciencia individual y colectiva, la vuelta a la tradición resulta quimérica, ficticia. Sencillamente, porque la cultura no se impone por decreto. Expresa el ser esencial del hombre y la medida de su ascensión.

El presente ensayo no intenta en modo alguno agotar el vasto tema de la tradición en sus varias mediaciones, determinaciones y condicionamientos. Es sobre todo un intento de acercamiento. En él se hace una breve historia y teoría del concepto. Se revelen diversas mediaciones presentes en su estructura y funciones, así como su relación con la temporalidad en que se despliega y realiza.

El trabajo culmina con una aproximación al vínculo tradición – cultura-identidad y se hace énfasis especial en las aportaciones valiosas hechas por José Martí y la necesidad de asumir su herencia por la trascendencia y actualidad que posee. En un mundo donde la cultura del ser se devalúa y la enajenación progresiva se impone con fuerza, se hace imprescindible rescatar y enriquecer las tradiciones valiosas. El sentido de pertenencia humano social y cultural, además de elevar el autoestima del hombre para encauzar toda obra humana, lo prepara para oponerse al “presentismo” que niega el pasado histórico en función de afianzar el status quo establecido por los centros de poder. No es posible hacer de la tradición mera quimera de la razón y con ello descalificar toda posibilidad de cambio fundado en la herencia cultural. No se puede olvidar que la razón utópica, tiene sus fundamentos en el pasado y en el presente.

 

 

2. Breve historia y teoría del concepto tradición.

 

Es común, la concepción de la tradición como herencia cultural, entendida la cultura en su amplia intelección como producción y resultados humanos que se trasmite de generación en generación; es decir, la continuación de determinadas creencias, hábitos, habilidades, técnicas, etc. Todo un proceso individual y social que el imaginario del hombre a través del hogar, la escuela y la sociedad va trasmitiendo a las sucesivas generaciones.

En la aprehensión filosófica, la tradición implica el reconocimiento mismo de la verdad de la tradición. Desde este punto de vista, la tradición resulta una garantía de verdad y, a veces, la única garantía posible.(2)

En Aristóteles está presente esta concepción. Según él una tradición que procede de la más remota antigüedad, que nos han trasmitido nuestros antepasados y que ha pasado a la posteridad bajo el velo de la fábula, nos dice que los astros son los dioses y que toda la naturaleza queda contenida por la divinidad. Todo lo demás son ya cosas fabulosas, destinadas a la persuasión de la gente sencilla y vulgar, apañadas para apoyar las leyes y todo aquello que mire el bien común. Muchos, en efecto hacen a los dioses antropomorfos, y aun algunos los hacen semejantes a algunos animales, y se dicen otras cosas y se sacan otras consecuencias semejantes a las que ya hemos mencionado. Si de esta relación se separa el principio mismo y sólo se tiene en cuenta esta idea, que creían ellos que todas las esencias primeras eran dioses, se verá que ésta es una tradición verdaderamente divina. Y como parece probable, mientras cada una de las artes y la filosofía, en cuanto fue posible, fueron inventadas y a su vez luego perdidas, en cambio, las opiniones de aquellos antiguos sobre este particular nos han sido trasmitidos salvas hasta nuestros días, como si fueran reliquias. Con estas reservas, pues, admitimos la opinión de nuestros padres y la de los primitivos.(3)

Aristóteles, al mismo tiempo intentaba liberar su filosofía de los componentes místicos, a partir de la garantía de verdad que le aportaba la tradición. Esta concepción domina sin alteración alguna, es decir, la tradición como garantía de verdad, durante el último período de la filosofía griega, particularmente en la dirección neoplatónica, así, para Plotino, es necesario creer sin duda que la verdad ha sido descubierta por antiguos y bien aventurados filósofos; a nosotros nos corresponde imaginar quiénes son los que la han encontrado y de qué manera podemos llegar nosotros mismos a comprender.(4)

La concepción de la tradición como garantía de la verdad a partir desde su surgimiento fue objeto de la manipulación para justificar con fundamento lógico supuestas tradiciones que se deseaban atribuirles autenticidad racional. “(...) Fue posible (...) fabricar documentos ficticios al faltar los auténticos y las obras de falsa atribución, las más famosas de las cuales fueron las de Hermes Trismegisto, obedecen justamente a la exigencia de trasladar al pasado la doctrina en que se cree y procurarle, así sea en forma de ardid, el prestigio y la garantía de la tradición.(5)

Así, la tradición como garantía de verdad tomó dominio absoluto. En algunos casos refiriendo a verdaderas tradiciones; en otros, manipuladas ideológicamente , para afirmar con status de verdad intereses preconcebidos que falseaban la propia historia.

En la época moderna se vuelve a la tradición o se continúa la concepción como promesa de garantía de verdad. El romanticismo emerge con fuerza y la hace suya. En la obra “Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad” J.G Herder, magnifica la tradición en grado sumo. La aborda como “la sagrada cadena que liga a los hombres al pasado y que conserva y trasmite todo lo hecho por los que les han precedido”.(6)

En la pupila crítica de Hegel, sin alterar el sentido original de la tradición, la enriquece con nuevas mediaciones. En su “Historia de la filosofía”, la define y caracteriza con alto vuelo aprehensivo y con ricos cauces heurísticos. “La tradición subraya Hegel (...) no es una estatua inmóvil, sino una corriente viva, fluye como un poderoso río cuyo caudal va creciendo a medidas que se aleja de su punto de origen (...) Lo que cada generación crea en el campo de la ciencia y de la producción espiritual es una herencia acumulada por los esfuerzos de todo el mundo anterior, un santuario en el que todas las generaciones humanas han ido colgando con alegría y gratitud, cuando les ha sido útil en la vida, lo que han ido arrancando a las profundidades de la naturaleza y del espíritu. Este heredar consiste a la vez en recibir la herencia y en trabajarla”.(7)

El gran lógico apelando a los conceptos, imágenes y metáforas aporta una rica definición de tradición. Hace hincapié en el movimiento dialéctico enriquecedor de la tradición en el devenir histórico. No es sólo historia con raíz estática. Es un proceso donde la herencia es enriquecida por las generaciones sucesivas. Sencillamente- valga la reiteración- el “heredar consiste a la vez en recibir la herencia y en trabajarla”. Trabajo que en la aprehensión lógico-dialéctica de Hegel, significa enriquecer, revelar nuevas mediaciones y condicionamientos. Por eso su valor teórico-metodológico y heurístico es extraordinario. Hegel ve en la tradición todo un proceso y resultado de la cultura del hombre, que partiendo de las raíces , de sus orígenes, asciende infinitamente y se hace más concreta en las generaciones que la asumen y la “trabajan”.

Esta comprensión de la tradición está permeada de sentido histórico-cultural. Cree en la historia y la piensa y aprehende como proceso ascensional. Algunos deducen de esta interpretación, historicismo de carácter providencial y teleológico. Sin embargo, la racionalidad hegeliana en el tratamiento teórico-conceptual y metodológico de la tradición, aún sigue teniendo vigencia e incluso, la propia Ilustración, sí bien la somete crítica raigal, no todos los ilustrados negaron en bloque dicha intelección. Pero como movimiento de pensamiento crítico antiprovidencialista erróneamente se dirige contra el historicismo y junto con él, contra la tradición (8) y su continuación crítica. Enfatizó la ruptura y minusvaloró la continuidad dialéctica que con tanto genio inició Herder y desarrolló el grande Hegel.

Por supuesto, la polémica filosófica en torno a la tradición se dirime principalmente en la reflexión de la historia, en el campo de la historia. No sucede lo mismo en el ámbito de la sociología. Los análisis sociológicos se dirigen con fuerza a la intelección de la tradición como actitud, incluso, inconsciente, de adquisición de creencias, hábitos, técnicas. Para la Sociología, según Abbagnano, “la actitud tradicional es aquella por la cual el individuo considera los modos de ser y de comportarse que ha recibido o va recibiendo del ambiente social como sus propios modos de ser, sin darse cuenta de que son los del grupo social “.(9)

Se puede notar con toda claridad que la actitud de crítica incisiva hacia la tradición por la Ilustración, tiene como fundamento la incomprensión del propio devenir histórico, como diálogo inmanente entre el presente y el pasado. Por esos los oponen en relación de antítesis.

 

 

3. La tradición y sus mediaciones.

 

La tradición como proceso y resultado histórico-cultural, constituye una totalidad compleja mediada por múltiples eslabones intermedios. En sus orígenes y constitución misma como tradición está mediada por todo un sistema de contradicciones que tienen su base en la necesidad, los intereses, los fines, los medios y las condiciones en que deviene, se constituye y se legitima como tal, es decir, como tradición que implica garantía de verdad, legitimidad de poder, etc. Se expresa como ritos, costumbres, usos sociales, ideas, ideales, valores, normas de conducta, técnicas, etc, que el imaginario social reconoce, valida, respeta y continúa por considerarlos necesarios y útiles, en tanto encarnan la historia y la cultura de generaciones antecesoras. .

Cada generación piensa y aborda la tradición como legado socio-cultura, que sirve de premisa para dar continuación al quehacer humano y al devenir histórico-cultural.

Por supuesto, a pesar de que la tradición en su generalidad se “mira” y concibe en sentido positivo, también existen tradiciones negativas, reaccionarias, que tratan de detener el desarrollo histórico. No todas las tradiciones y los sujetos que las defienden, sirven de cauce al desarrollo creador de la cultura. Todo lo contrario, en algunos casos se quedan anclados en el pasado hasta desapareces por su ineficacia.

Hay tradiciones que por negar el cambio, se condenan históricamente hasta convertirse en prejuicios que sólo sirven para obstaculizar lo nuevo que quiere imponerse por necesidad, y se impone.

Las tradiciones en la ciencia – concebida como sucesión de conocimientos y métodos de investigación, en el arte y la literatura – como sucesión de estilos, maestría, etc, también cambian en el decurso histórico, por exigencias de las cambios que tienen lugar en la praxis y en los modos de pensar la realidad.

Esto significa que es necesario asumir la tradición con sentido crítico, con actitud de sospecha y con ello aprehender la continuidad y la ruptura como dos momentos inherentes a una totalidad contradictoria, como parte de una unidad dialéctica mediada por un sinnúmero de eslabones que la hacen compleja y cambiante.

De lo contrario, el pasado histórico más que servir de impulso al presente y al futuro, se convierte en traba del desarrollo.

Al mismo tiempo, hasta las tradiciones más auténticas encarnadas en la cultura, si bien fluyen espontáneamente en el tiempo, requieren de trabajo constante, de la crítica y de la perenne actualización histórica. Así “(...) las utopías, el racionalismo abstracto, tienen la misma importancia que las viejas concepciones del mundo elaboradas históricamente por acumulación de experiencias sucesivas. Lo que importa es la crítica a que es sometido ese complejo ideológico por parte de los primeros representantes de la nueva fase histórica; a través de esta crítica- enfatiza Gramsci – se tiene un proceso de distinción y de cambio en el peso relativo que poseían los elementos de las viejas ideologías: lo que era secundario y subordinado o incluso incidental, es tomado como principal, se convierte en núcleo de un nuevo complejo ideológico y doctrinal. La vieja voluntad colectivas se disgrega en sus elementos contradictorios, porque de estos elementos, aquellos que son subordinados se desarrollan socialmente”.(10)

La filosofía de la praxis gramsciana y su inmanente dialéctica de las mediaciones, abren cauces heurísticos para revelar la esencia misma de la tradición en su devenir histórico. Es un método aprehensivo de una realidad concreta, capaz de revelar el objeto de investigación en su complejidad. Por eso no se queda en la superficie fenoménica. Puede explicar su movimiento real, en sus contradicciones varias. Es que las contradicciones – y Gramsci lo sabe bien – se descubre en su esencialidad cuando se resuelvan las diversas mediaciones que la hacen complejas.

 

 

4. Tradición y temporalidad histórica

 

La tradición existe y se despliega temporalmente, gracias a la actividad de los hombres que la construyen y a la cultura que la fija y le aporta eficacia. La tradición sólo se muestra y funciona, inserta en la cultura y como parte o componente de ella. Pero una cultura siempre mediada por la temporalidad histórica y expuesta a sus cambios y alteraciones.

Por eso la tradición deviene perenne movimiento: presente-pasado, pasado-presente,pasado-presente-futuro. Es como una mediación dialógica ininterrumpida, inmanente al quehacer humano.

En síntesis, el hombre piensa el presente con referencia al pasado para mejorar y sobre esta base proyecta el futuro, lo porvenir; por supuesto, también para mejorar, para ascender culturalmente.

La temporalidad (el tiempo) es un proceso objetivo que se sucede como movimiento espacial en ascenso. Es una forma de existencia de la materia, excluyendo por supuesto, la realidad social. Las pitagóricas veían en el tiempo, cosmológicamente, como “la esfera que lo abraza todo”, como orden mesurable del movimiento. En esta misma dirección, para Platón, es la imagen móvil de la eternidad. Aristóteles reconoce el momento objetivo del tiempo, pues el alma refiere a un objeto. Kant, es su crítica a la Razón Pura, admite que el tiempo posee realidad empírica. De todas formas en todas estas concepciones se debate el tema de lo objetivo y lo subjetivo del tiempo. La segunda concepción, desarrollada por Hegel,, concibe el tiempo como intuición del movimiento o devenir interior, es decir, subjetivamente, como principio de la pura conciencia de sí. Para Schelling, “el tiempo no es más que el sentido interior que llega a ser objeto por sí. Esta intelección del tiempo como intuición, por supuesto, viene de la antigüedad. En plotino es la vida del alma y consiste en el movimiento por el cual el alma pasa de un estado a otro de su vida”.(11)

Estas ideas cobran fuerza y sistematización en San Agustín y contienen elementos esenciales para comprender el decurso de la tradición en el perenne diálogo presente-pasado-futuro. Según el obispo de Hepona: “el tiempo es la vida misma que se extiende al pasado o el porvenir, y se pregunta: ¿ De qué modo se disminuye y consume el futuro que aún no existe y de qué modo crece el pasado que ya no está, si no por existir en el alma las tres cosas, presente, pasado y futuro? En efecto, el alma espera, presta atención y recuerda, de manera que lo que ella espera, a través de aquello o lo que presta atención, pasa a lo que ella recuerda. Nadie niega que el futuro no existe aún, pero en el alma ya existe la espera del futuro. Nadie niega que el pasado ya no está, pero todavía está en el alma la memoria del pasado. Y nadie niega que el presente le falte duración ya que cae enseguida en el pasado, pero aún dura la atención a través de la cual lo que será pasa, se aleja hacia el pasado” (conf, XI, 28,1).(12) Para de este modo concluir que” (...) no existen, propiamente hablando tres tiempos, el pasado, el presente y el futuro, sino sólo tres presentes: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro (Ibidem, XI, 20,).” (13)

Se trata de una concepción idealista de la historia, donde la intuición, inmanente en el alma, el espíritu, se despliega en su interioridad como proceso sucesivo, que realiza la temporalidad como modo de existencia vital. Pero una concepción permeada de granos de racionalidad por su sentido procesual y sistémico. Por la unicidad que aporta a las mediaciones temporales.

 Bergson y Hussel, abordan la temporalidad como duración ininterrumpida de vivencias, como corriente de experiencia que conserva y aterniza al presente.

Otra concepción de la temporalidad, muy difundida es la inaugurada por Heidegger, que se reduce a la de la posibilidad. En “El ser y el tiempo”, a diferencia de las concepciones anteriores que otorgaban prioridad al presente, se da primacía al futuro. Sencillamente, el tiempo es originariamente el advenir, la estructura misma de la posibilidad, la pluralidad de órdenes. Esta concepción, asumiendo de una forma u otra la teoría de la relatividad de Einstein, y permeada de subjetivismo, al introducir la posibilidad como esencia misma del tiempo, comprende el pasado como punto de partida de las posibilidades por venir y el porvenir mismo como posibilidad de conservación o de cambio del pasado. Podría parecer un círculo que se cierra, pero con posibilidad de encontrar salidas.

La tradición como historia humana hecha cultura se mueve en la temporalidad. En su advenir y devenir, se altera, cambia; se afirma, se rescata, mueve, o se continúa y enriquece en tiempos nuevos. Es una realidad viviente, empíricamente registrable o no, paero al mismo tiempo, innegable, pues como decía Marx, las tradiciones merodean como duendes en la cabeza de los hombres.

La presencia del ídolo de los orígenes en la concepción de Marc Bloch, es concomitante al hombre. “Creo que fue Renan – escribe Bloch – quien escribió un día (...): “En todas las cosas humanas los orígenes merecen ser estudiados antes que nada “ y antes que él había dicho Sainte – Beuve: Espío y noto con curiosidad lo que comienza”,(14) pero sin tematizar el problema de modo absoluto, el gran historiador apela a un proverbio árabe: ·”Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres”. “El estudio del pasado se ha desacreditado en ocasiones por haber olvidado esta muestra de la sabiduría oriental”.(15) En fin, siguiendo las sabias ideas de Bloch, es necesario, con sentido histórico-cultural comprender el presente por el pasado y el pasado por el presente, sin perder de vista los límites de lo actual y de lo inactual para dirigirnos al futuro.

 

 

5. Tradición, cultura, identidad

 

La tradición es un componente importante de la cultura y la identidad humana, nacional, y universal. Es La historia o momentos de ella que se enraiza, estabiliza y sucede de generación en generación. Es el propio devenir del hombre y la sociedad que se construye por los sujetos históricos sobre la base de necesidades, intereses, fines, medios y condiciones de realización efectiva.

La tradición, en la medida que expresa el ser esencial del hombre en un momento histórico concreto, se inserta a la cultura y se mueve siguiendo sus propios cauces (culturales) y es pensada u actualizada por la praxis y el imaginario social en que se conforma y despliega la memoria histórica.

Como parte componente de la cultura y expresión de la identidad, constituye una unidad dialéctica que presupone la diferencia, como momento impulsor de su propio devenir y funcionamiento. No es en modo alguno una entidad estática. Todo lo contrario, su propia naturaleza la hace dinámica para garantizar la sucesión y la superación. Continuidad y ruptura devienen aspectos centrales de toda tradición que exprese el espíritu del hombre, el pueblo, la nación o el mundo del hombre.

En la revelación del vínculo tradición-cultura-identidad, el ensayo “Martí y la tradición”, de Medardo Vitier, resulta necesario. El maestro Vitier, después de introducir su excelente ensayo, se pregunta: ¿Qué es la tradición? Y con la profundidad cogitativa que lo caracteriza, responde:, “Por lo pronto, muchos la entienden mal. No es compromiso total con el pasado para repetir y perpetuar los criterios de antaño. Amar la tradición no implica adherirse, sistemáticamente a las normas de períodos que tuvieron sus problemas, muy diferentes de los nuestros. Significa sentir la continuidad de las altas aspiraciones humanas y reconocer que ya antes que nosotros hubo quienes se preocuparon por elevar la condición del país. Significa sentirnos ligados en el tiempo y en el propósito a una obra de salvación nacional, aunque con medios distintos, significa, en fin, un tributo moral a la virtud de los antepasados”. (16)

M. Vitier, asume la tradición cubana en su unidad y diferencia y en sus mediaciones y determinaciones culturales. Pero no hace de ella un fetiche estático. Reconoce su fuerza vital encauzadora. “De la tradición- enfatiza el filósofo cubano – derivó Martí gran parte de la fuerza apostólica y de la seguridad en el destino de Cuba. Sabía que no empezaba con él la prédica de la dignidad humana entre nosotros,sino que se remontaba, cuando menos, a los días del Padre José Agustín Caballero. Y sabía más: buscó en los orígenes de la América española las formas de la buena y la mala tradición, que temprano se dieron juntas. Temió la mala cuando dijo: “La Independencia no consiste en el cambio de forma sino en el cambio de espíritu. Aludía a prácticas administrativas coloniales contra las cuales, según su designio, debía ir la verdadera República. Pronto se vio que sus temores eran fundados, pues Varona, en 1915, advirtió en la Academia Nacional de Artes y Letras, nada menos que esto: “La colonia se nos viene encima”. (17)

De Martí aprendió la necesidad de revelar la importancia de las buenas tradiciones en el desarrollo de la patria y en la ascensión de su pueblo (18) y cómo las tradiciones nacionales devienen trincheras de ideas para defender la cultura y la identidad nacional. En Martí, escribe M. Vitier, “(...) su punto de partida es la tradición cubana en cuando a próceres, a virtudes, a conatos de mejoramiento, a tentativas de libertad,a reformas fecundadas (...).Pero lo cierto es que el nexo de Martí con la mejor tradición cubana no se reduce a la contienda de los diez años, sino que va más atrás, a la primera mitad del siglo pasado”. (19)

Martí sintetiza todo lo mejor de la tradición cubana, forjada a partir del siglo XIX, tanto en el orden político-ideológico, axiológico como en la cultura en su expresión totalizadora. Amó a la tradición encauzadora de dignidad. Hizo culto a la libertad espiritual, como prerrequisito de la libertad política, social y económica. Su obra, avalada por un discurso que “ve con las palabras y habla con los colores”, hizo camino al andar. La rica tradición cubana, latinoamericana y universal la miró con ojos críticos y la superó y encaminó por nuevos cauces. La tradición latinoamericanista, la supera y enriquece con su ideario antiimperialista. Fue un hombre de su tiempo y con ello, de todos los tiempos.

Su filosofía, devenida programa filosófico revolucionario para la formación humana, a través de la axiología de la acción, apoyada en la tradición cubana se concreta en su obra política para lograr la República moral, “con todos y para el bien de todos” (...), Martí realizó una Revolución consecuente, porque se apoyaba en los antecedentes de la mejor tradición cubana (...) Él, a su vez se ha convertido en tradición, la alta, la pura, la perenne, porque a más de los episodios de mera temporalidad contiene la lección escrita capaz de vivificar virtudes dormidas. Y contiene más: la vida misma del hombre, su sentido de la ciudadanía y de la misión humana en el mundo”. (20)

En los tiempos que corren, Martí tiene mucho que decir y hacer. Tiempos donde la globalización neoliberal salvaje trata de matar las ricas tradiciones culturales de los pueblos para imponer los preceptos alienantes de los centros de poder. Hay que trabajar por el desarrollo de una conciencia de resistencia y de lucha que logre afianzar la cultura del ser. Una cultura que parta de las raíces que sostienen a nuestros pueblos y con vocación ecuménica. “Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido, que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”. (21)

Al margen de nacionalismos estrechos, de radicalismos estériles y de fundamentalismos inoperantes, el mundo requiere de mucha espiritualidad para salvar la humanidad de los desafíos y retos que la acechan. Es necesario mirar el presente con sentido histórico-cultural para afianzar lo valioso que nos hace fuerte y desechar lo prejudicial que nos debilita. Una conciencia crítica, encauzada por grandes pensamientos e ideas, es el único baluarte alternativo que poseemos para defender la cultura y la identidad humana y social. Hay que echar mano a la obra hoy. Mañana será tarde. La humanidad del hombre tiene que imponerse. Su razón utópica, apoyada en las tradiciones renovadas y en pensamientos alados hace “milagros”.

 

 

Notas

 

(1) M. Vitier, Valoraciones I, Departamento Relaciones Culturales, Universidad Central de Las Villas, 1960, p. 246.

(2) N. Abbagnano, Diccionario de Filosofía, Edición Revolucionaria, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1972. p. 1146.

(3) Aristóteles. Metafísica. Política, Estudios Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1968. p. 308.

(4) N. Abbagnano, obra cit., pp . 1146-1147.

(5) Ibidem p. 1147.

(6) Ibidem.

(7) G. W. F. Hegel, Historia de la Filosofía, t. I. Fondo de Cultura Económica, México, 1955, pp. 9-10.

(8) “La Ilustración se inscribió falsamente en contra de la tradición, considerando que lo que ella trasmite, es, en la mayoría de los casos, error, prejuicio o superstición y apelando, en contra de la misma tradición, al juicio de la razón crítica” (N. Abbagnano, obra cit., p. 1147).

(9) Ibidem.

(10) A. Gramsci, Cuadernos de la cárcel 3, ediciones Era, S.A. México, 1984. p. 315.

(11) N. Abbagnono, Diccionario de Filosofía, cit., pp 1135-1137.

(12) Ibidem, p. 1137.

(13) Ibidem.

(14) M. Bloch, Apología de la Historia, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, pp. 63-64.

(15) Ibidem, p. 69.

(16) M. Vitier, Martí y la tradición. Valoraciones I, Dpto de Relaciones Culturales, Universidad Central de Las Villas, 1960, p. 246.

(17) Ibidem pp. 246-247.

(18) Recordemos que en la definición de Patria, Martí incluye la fuerza de las tradiciones: “Patria – escribe Martí – es comunidad de intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas (...) De distinto comercio se alimentan –refiere a Cuba y a España – con distintos países se relacionan, con opuestas costumbres se regocijan. No hay entre ellos aspiraciones comunes ni fines idénticos, ni recuerdos amados que los unan. El espíritu cubano, piensa con amargura en las tristezas que le ha traído el espíritu español (...)” (Martí, J. La República española ante la Revolución Cubana. Obras Completas. T. I Edit. Nacional de Cuba, la Habana, 1963, pp. 93-94.

(19) M. Vitier, obra cit., pp. 245-246.

(20) Ibidem, p. 248.

(21) J. Martí, Nuestra América. Tomo 6, editorial Nacional de Cuba, La Habana, 1963, p. 18.